Sobre el cuento de tradición oral “La princesa que nunca se reía” y el valor de la no violencia.
Artículo publicado en el número 7 de la “Revista de Cuentoterapia”
La propuesta de ver este cuento como un alegato a favor del pacifismo y el uso de la no violencia supone un ejercicio arriesgado y original. Nuestro protagonista, un Juanillo cualquiera, el tonto menor de tres hermanos (como suele ser habitual) no es un filósofo de la paz, una persona de nobles valores o dotada de sabiduría trascendente que viene a decir que no nos hagamos daño entre nosotros. Simplemente representa un aspecto de nuestra psique, una actitud ante la vida que ha de contraponerse a la extrema seriedad y rigidez que desencadena buena parte de los conflictos humanos. No es un “pacifista” por la misma razón que no hay cuentos tradicionales pacifistas. Sus protagonistas suelen ser especialmente cuidadosos con el uso de la violencia, pero la clave de estos relatos suele estar en encontrar una nueva armonía mediante el reequilibrio. La violencia es consecuencia de una falta de algo, una carencia. Y las luchas se terminan, no por más lucha, sino por hacernos un poco más completos. Vamos un poco al cuento, que lo iremos entendiendo mejor.
Tenemos al rey que tiene una hija que nunca se ríe. Mal asunto. Eso de los reyes ya sabemos que va de “lo mental”, son el gobierno y a menudo aspiran a gobernarlo todo, de ahí el exceso; pero a esta chica, joven aun, parece que no le toca todavía ese extremo. Esta tan sobrada de lo racional que no es que sea formal y correcta ella, sino que “nunca se ríe”. No hay vida, pasión, pulsión, disfrute… Algo diremos del humor más adelante, aspecto controvertido, pero de lo que no hay duda, orgánicamente hablando, es que la risa es uno de los principales estimulantes de nuestros circuitos del placer. Y así andan mandando al calabozo a los pretendientes que no le hacen reír (quien lo consiga se casará con ella); poca gracia tienen padre e hija, o mejor dicho “son unos desgraciados”, con todo el espectro polisémico de tal afirmación. No se nombra la existencia de una madre, una reina que ayudaría a gobernar con un punto más emocional, quién sabe, aquí dejamos que cada cual imagine, que para eso son los vacíos que la historia deja.
Los dos hermanos mayores de Juan van raudos a asumir el reto, para algo son los mayores. En su arrojo van tal cual, con su valor y un poquito de soberbia de más. No demuestran ingenio para hacerla reír sino orgullo. Pequeño detalle a resaltar, la princesa (además de no reírse) les echa en cara que “no se descubren” ante ella. Por supuesto hace referencia a que no se quitan el sombrero, pero simbólicamente queda claro que no permiten mostrar lo oculto de cada uno. Así que no es más que una lucha de “a ver quién gana”, confrontación entre opuestos; así no hay manera de hacerla salir de su rectitud. Al calabozo muchachos.
Es el turno de Juanillo, que desobedece a su padre para ponerse en marcha. Nuestro héroe hace su camino antes de encarar la prueba frente a la princesa. No se presenta tal cual, sino que se dedica a vivir y aprender. En este punto no cabe sino “descubrirnos” nosotros también por el ingenio del cuento. Su camino heroico no es el de un guerrero que derrota dragones o pelea con espadas. Su camino es disfrutar de la bebida, la comida, la música y el sexo. Se dedica a ir con su guitarra de venta en venta para ganarse la vida y contar su misión, y le van a donar tres objetos mágicos. La típica servilleta que se “compone” y te da comida rica y abundante, una variante que es un vaso que también se compone y da bebida alcohólica a más no poder, y una guitarra que hace a todo el mundo bailar. Mira tú que objetos mágicos, que ni el más pillo de nuestros pícaros hubiera soñado. Y lo más gracioso es que todos se los dan mujeres, pero de las que están sintonizadas con el placer, no atrapadas en el castillo de la razón; incluso dos de ellas se lo dan después de pasar la noche en su compañía. A buen entendedor…
Y aquí tenemos al protagonista, con su master en placeres mundanos, que se presenta por fin ante la princesa y lo primero que hace es “descubrirse” ante ella, quitarse el sombrero, mostrarse tal cual es. Y para desencantarla no se le ocurre otra cosa que, citamos tal cual el texto, “se tiró un pedo tan grande, que se le rompieron los calzones y se le vio el culo”. Y mira tú por donde la princesa ya esboza su primera sonrisa. Al padre por supuesto no le vale y lo manda igual a la mazmorra; el hombre debía esperar que sacaran a su hija de la depresión por métodos más clínicos y asépticos, es lo que tiene el peso de la corona.
¿Qué va a hacer Juanillo en la cárcel? ¿Allí con sus hermanos y el chorro de pretendientes presos? Pues lo que en el fondo sabe hacer muy bien, liarla gorda. Con su servilleta, el vaso y la guitarra mágica va a poner a todos en ebullición. Monta distintas y animadas fiestas donde acabarán cantando y bailando. Ya que no consigue convencer a la estirada familia real se dedica a revolucionar a las masas. Pero es una revolución no sangrienta, por el placer y la diversión, por celebrar la vida aun estando oprimidos.
Por supuesto esto va a despertar la codicia de la princesa, puesta en boca de una criada. El afán de estas es poseer esos objetos para intentar hacerse con la fuerza y el poder del muchacho. Es como Salomé cuando pide la cabeza de Juan el Bautista, “no, si yo solo quería su sabiduría… pero una se lía con estas estrecheces mentales y termina con una cabeza de regalo…”
Nuestro héroe le va a cambiar estos objetos a cambio de que ella vaya descubriendo partes de su cuerpo. Pero no se vayan a creer, es todo bastante inocente; el dedo gordo del pie y la rodilla, esto puede pasar el filtro del puritano más rancio. Ahora bien, la princesa ya se está mostrando, ya aparece la piel, lo íntimo, lo que ha de contactar de verdad con la vida. Poquito a poco. La última prueba es digna del más astuto de los trickster o embaucadores de nuestras historias. Propone dar al padre y a la hija su guitarra a cambio que ella le responda “no” a todo lo que le pregunte.
Los mentales aquí se mosquean, “demasiado fácil, demasiado extraño”, pero al final acceden; en todo caso, al decir la chiquilla solo que “no”, este no va a pedir matrimonio ni nada más obsceno. No vamos a contar toda la escena final, ahí está el cuento para disfrutarlo, pero solo decir que al final ese mental frío, patriarcal en exceso, sin humor, cae en la trampa, es confundido y derrotado en su propio campo. Nuestro muchacho pasa la noche con la princesa en la cama y al despertar esta “se moría de risa”. Así que a casarse y a vivir más felices. Uno siente un cierto alivio al imaginar a esa chiquilla riendo por fin.
Humor, escatología, irreverencia, astucia… se dan en este cuento que, como tantos otros, nos habla de un chico que rescata a una princesa. Es sin embargo llamativo que esta no anda prisionera de un monstruo o encantada de alguna manera, está bloqueado por una mente demasiado racional, demasiado estrecha; esos excesos del masculino que algunos llaman patriarcado y que nos han afectado a todos por los siglos y los siglos. La tentación frente a esta mente rancia y endurecida puede ser tenerla contenta cediendo a su opresión, o bien derrotarla siendo igual o más desalmado. Y de eso está llena nuestra mitología, nuestra historia; de dioses, hombres y mujeres luchando. De acabar con un poder tirano implantando otro que a la postre será otro tirano.
Si bien hay distintos debates científicos sobre el humor y la risa, comportamientos casi exclusivamente humanos y bastante complejos; parece clara su función de crear vínculos sociales, distender y crear un espacio de encuentro. Como claro parece que el detonante de nuestra carcajada tiene mucho que ver con lo inesperado, lo paradójico, lo que se sale de lo común. Un especie de “descoloque” de la parte racional que, curiosamente, desencadena una respuesta placentera de nuestras zonas más primitivas.
Este cuento nos habla de esos momentos en que, en una noche de encuentro, las personas sin poder, humildes, sometidas por el señor o la iglesia de turno, se permiten compensar esa injusta realidad contándose una donde quienes son como ellos, conectados a la tierra, a lo instintivo, terminan salvando a sus señores y señoras de los castillos, por la magia de la risa, del placer, de la irreverencia. Pues sí, nunca se habló de un mito creacional a partir de una ventosidad, ni de dos emperadores antagonistas que se dieran a la risa o el placer con desenfreno para hacer las paces. Esto nos ha sido negado y por eso había que inventar estos cuentos. Eran y son el contrapeso justo a tanta pesadez normativa y de jerarquías que no solo han marcado la historia, sino que tantas veces condicionan y estrechan nuestras vidas. Un momento para darle a las mentes superyoicas un poco de paz a través de la vuelta a lo natural, inocente, placentero y desentendido.
A la vez protegían del exceso de lo puramente instintivo o hedonista. Durante todo su periplo de aprendizaje en placeres y saberes de la vida, Juanillo nunca olvida que su objetivo es liberar a la princesa. Pues ese instinto libre y andariego también necesita un objetivo para contenerse y revelarse con todo su poder. El placer de la princesa al descubrir la risa y el disfrute debió de ser inmenso, pero no menos el de nuestro joven al entrar en el mundo ordenado y poderoso del castillo, y unirse finalmente con su chica.
“La paz más alta es la paz entre los opuestos” dice el Rabino Nachman en su libro de aforismos “La silla vacía”. Esta paz es la que nos brinda esta historia. Viendo al pícaro no solo como un superviviente en un mundo de escasez y desigualdad, sino como una forma de estar en el mundo cuya conexión con la vida es lo que nos lleva a la armonía con su opuesto, frío, calculador; muy útil, pero que oprime cuando no tiene su contrapeso. Mucho se habla de ir a la emoción para salir de una vida demasiado mental, pero poco de volver a lo instintivo para conectar de nuevo con la vida. Ya a veces lo instintivo es tan sencillo como recuperar la risa y el placer de nuestro cuerpo. Si, un pequeño chiste, el roce de la piel o un peo que se escapa en el momento menos oportuno, nos recuerdan que hay otra vida más allá de las murallas y que no todo conflicto se resuelve por la lucha.