Artículo publicado en el número 6 de la “Revista de Cuentoterapia”
En enero de 2018 nos dejó solos y solas, con sus relatos, una de las más prolíficas escritoras del siglo XX y parte del XXI. Tras su muerte a muchos sorprendió que Rosa Montero la calificara como su “Maestra”. En verdad, una de las razones por las que no es demasiado conocida fuera de los círculos de la ciencia ficción y la fantasía, es porque no se prodigaba en entrevistas, apariciones y círculos mediáticos. Por lo que aquello que nos deja, sus novelas y relatos cortos, son lo que ella misma quiso legarnos, ni más ni menos, en un perfecto equilibrio donde las manías o neuras personales no contaminan sus argumentos.
Para mi hablar de ella es hablar del Relato, con mayúsculas. El punto de unión entre cuentos, mitología, novelas y demás historias que vienen a nosotros “para quedarse”, para darnos una verdad que nos acompañará como referente en la vida. El Relato emana de la imaginación, y en El Relato está todo; todo aquello que pasó, lo que está volviendo pasar y lo que en el futuro pasará; mientras nosotros, personajes humanos, pequeños héroes de nuestras aventuras, andaremos asombrados en ese continuo ir y venir de la falta al éxito… o al fracaso.
Ursula K Le Guin volvía una y otra vez a este Relato, en el que nos ha podido contar prácticamente todo. Sin ningún prejuicio usó las obras fantásticas y de ciencia ficción para llevarnos a mundos donde ponernos ante dilemas y situaciones que la prosa más racional, correcta y académica tarda miles de páginas en abordar. Y en eso es donde los cuentoterapeutas la reconocemos como una de nuestras maestras. Una de esas mujeres sabias que se saca (no se sabe de dónde) un sinfín de verdades y mundos alternativos para poner de vuelta y media nuestro propio mundo interior.
Muy a groso modo, y para centrarnos en los gustos más afines a los que pululamos por esta revista, yo resaltaría dos grandes conjuntos de obras suyas. Los relatos de género fantástico, más afines a los amantes de los cuentos; y los de ciencia ficción, que podrían ser más afines a cierto tipo de frikismo, pero más profundo y existencial del que se suele prodigar en las sagas más comerciales de ese género.
En el fantástico resalta ante todo los libros en torno al Ciclo de Terramar, excepcional conjunto de obras que arrancan con aquel muchacho que se enfrenta a su incipiente carrera en la escuela de magia, donde la competitividad y la inmadurez darán lugar a sorprendentes aventuras (si, se parece mucho a otra saga que mucho después inundó nuestras librerías y cines, y cuya autora no pareció reconocer a su predecesora… cosas de la vida y de andar escribiendo sobre arquetipos… al final pertenecen a todos).
En el primero de los libros “Un mago de Terramar” (1968) el joven mago ha de enfrentar un oscuro, misterioso y poderoso personaje que se empeña en destruirlo. Es posible que a muchos os suene de alguno de los talleres de Cuentoterapia, pues supone una de las mejores obras que ejemplifican ese escurridizo y sorprendente arquetipo que es “La Sombra”. Si bien hay textos técnicos que hablan de esta entidad con mucha propiedad, nada mejor que el relato de nuestra maestra para entender (no solo con la cabeza sino también con el corazón y el instinto) cual es el reto que la sombra nos plantea cuando nos acecha. Cualquiera diría que Le Guin se empolló muy bien al siempre complicado Jung para armar semejante aventura, y lo hizo, pero mira tú que fue solo después de escribir esa obra. Y es que quien está conectada…
Pero Los Libros de Terramar son mucho más. Son todo un proceso de indagación de las distintas edades del hombre, sus distintas etapas y posicionamientos ante el misterio, ante el poder, ante la magia. Para terminar descubriendo, ¡oh maravilla!, que más importante que la capacidad de tener poder, es la sabiduría de saber cuándo no usarlo para dejar que la vida siga su curso. Casi nada…
“De un acto cualquiera depende el equilibrio del todo. Los vientos y los mares, los poderes del agua y de la tierra y de la luz: todo cuanto ellos hacen, y todo cuanto las plantas y las bestias hacen, bien hecho está, y es para bien.
Todos actúan dentro del Equilibrio. Desde el huracán y el mugido de la ballena hasta la caída de una hoja seca y el vuelo del moscardón, todo cuanto ellos hacen es parte del Equilibrio del todo. Pero nosotros, los que tenemos poder sobre el mundo y sobre otros hombres, nosotros hemos de aprender a hacer lo que la hoja y la ballena y el viento hacen por naturaleza. Hemos de aprender a mantener el Equilibrio. Somos inteligentes, y no hemos de actuar en la ignorancia. Somos capaces de elegir, y no hemos de actuar sin responsabilidad. ¿Quién soy yo, aunque pueda hacerlo, para castigar y recompensar, para jugar con los destinos de los hombres?”
De “La costa más lejana” (1972)
En el otro conjunto de obras, en la línea de la ciencia ficción son las del llamado Ciclo del Ekumen, la autora nos muestra un universo donde la raza humana está desperdigada en múltiples mundos donde las variaciones orgánicas y sociales dan lugar a situaciones que le permitirán explorar los problemas sociales y políticos que le interesaban. Si, Ursula K Le Guin fue una pionera y convencida activista feminista y ecologista a través de la literatura; en un género de novelas que, cuando ella comenzó, era monopolio varonil. Así pues, los hombres y mujeres de la Tierra no son unos bravos conquistadores que salen a llenar el espacio con su ingenio y superioridad. Sino que se quedan pequeños ante una humanidad, mucho más antigua, que ya ha prosperado en sorprendentes y diversos mundos a donde “los terranos” llegaremos como emigrantes sorprendidos.
Solo decir que en la primera de estas obras, “La mano izquierda de la oscuridad”(1969), los habitantes del planeta “Invierno” (hace un frío que pela) son a la vez machos y hembras… imagina la aventura.
En otro de sus libros, los terranos nos empeñamos en someter a una raza de humanoides que vive en total comunión con su planeta, que no es más que un extenso y exuberante bosque que lo cubre todo. Lo cual exige, por supuesto, que alguien se convierta en héroe y encabece la rebelión de los que no tienen tecnología pero sí instinto. Se titula “El nombre del mundo es bosque” (1972) y ahora que está a punto de salir “Avatar II” tampoco estaría mal una mención a nuestra autora, pero tampoco ella lo reclamó en vida, siguió a lo suyo.
Pero para mí, de esta serie, tiene un especial valor “Los desposeídos” (1974) ya que nunca he podido encontrar un texto donde alguien se atreviera a plantear una sociedad libertaria y alternativa al capitalismo con tanto coraje y profundidad. Coraje por el momento en que lo hizo (polarización de los bloques durante la guerra fría y esta señora vivía en la USA más de toda la vida) y profundidad, porque aborda lo que precisamente políticos y filósofos de lo utópico no terminan de entender; imaginar la utopía es imaginar también sus contradicciones emocionales, su complejidad humana que ha de ser enfocada hasta en los más pequeños de sus procesos. Una pena que por ser considerada “una obra de ciencia ficción” no sea tenida en cuenta en las facultades de ciencias políticas, pero quizás es así, El Relato ha de estar un poco escondido, que no parezca lo que en realidad es.
Precisamente “El Relato” (2000) se titula uno de estos libros, donde su protagonista intenta desesperadamente que no se pierda el conocimiento oral, milenario, de un planeta que está en pleno hiperdesarrollo industrial y donde sus élites intentan eliminar los restos de esta arcaica y caótica forma de conocimiento que va más allá de cualquier gobierno, moda, religión o escuela.
Porque, como Le Guin sabía, frente al hacer y el tener, El Relato está lleno de Ser, y es el Ser lo que los hombres y mujeres buscamos desde siempre en todos y cada uno de los mundos que habitamos, tanto los de fuera como, muy especialmente, los de dentro.